Una deuda con mis lectores

 

Fotógrafo: Chicho, 1997 Teatro Maravillas, Madrid


   La deuda es sólo informativa. O nada más y nada menos que informativa. 
Antiguamente, se utilizaba la frase «Quien quiera saber, que vaya a Salamanca». Pero está claro que no es el caso. En primer lugar, porque casi nadie quiere saber y, en segundo, porque la información que yo ofrezco, hoy apenas les serviría de algo a dos o tres personas, como mucho. 

Pero tengo el deber moral de ofrecer la información necesaria —y que, es obvio, sólo yo conozco— para comprender el conjunto: la imagen que encabeza el blog, su título, su contenido y mi propia persona como creador de obras de teatro. 
Es cierto que este artículo (o entrada, o como queráis llamarle) toma como punto de partida la imagen de cabecera, que la habéis visto publicada con una leyenda en color blanco: «¿Por qué esta imagen?» Ella es la que transmite el sentido de todo esto. Es el símbolo de todo lo demás. 

Tanto mi formación como mi idiosincrasia como dramaturgo me llevan por el camino que yo elegí. Entendedme. Soy quien y como he querido ser, circunstancia que me ha traído, lógicamente, más pena que gloria. 
De modo que la imagen en cuestión representa mi más hondo sentir —y comprender— el teatro. Alguien, a quien Facebook "le da alas", quiso advertirme de que en Buero Vallejo todo es símbolo, «¡hasta el decorado es un símbolo!», me dijo (😂). Y se quedó como si nada. 
Ya pasó. (...) Pues bien, la imagen que engalana la cabecera de mi blog huele a teatro, es teatro puro. Esa imagen fue elegida con el corazón en la mano, y, en la cabeza, la certidumbre de lo que significa escribir teatro, lo que es escribir teatro sin aspavientos ni traiciones a la diosa Dramaturgia. 

Quizás, probablemente, esa imagen se me grabó en el alma la noche del 15 de enero de 1997, cuando presenciaba la obra, El tragaluz, en el Teatro Lope de Vega, de Sevilla. Esa noche conocí a Buero Vallejo, ya en su declive físico. Esa noche conocí al Teatro en persona. Y recordé, emocionado, cuando siendo un chaval (11 ó 12 años) leí, por primera vez, teatro. 

 

FJPS


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