El teatro que es literatura
Hay un tipo de teatro que ha
dejado de buscar decir algo verdadero para limitarse a entretener. Un teatro
que ya no aspira a ser literatura, sino producto; rápido, amable y fácilmente
olvidable. Se mide por los aplausos fáciles y por las entradas vendidas, no por
la huella que deja en quien lo presencia. Es un teatro que no incomoda ni
exige, que rehúye la complejidad y solo confirma lo que el espectador ya
piensa. Devuelve una imagen cómoda, complaciente, y ofrece una hora de evasión
sin riesgo ni profundidad.
Frente a ese teatro complaciente,
defendemos un teatro que es palabra con peso. Un teatro que se escribe con la
ambición de perdurar, como se escribe la buena poesía o la novela que deja
poso. Es un teatro que cuida el lenguaje, que encuentra estructura en la
belleza y no en la fórmula, y que revela en lugar de ocultar. Nace del deseo
profundo de comprender el mundo, no solo de agradarlo, y por eso se permite el
silencio, la pausa y la sombra. No tiene prisa por complacer; tiene urgencia
por decir.
Este teatro, cuando es
literatura, no teme ser complejo ni exige comprensión inmediata. Respeta la
inteligencia del espectador y le ofrece algo más que distracción: le ofrece
pensamiento, emoción y memoria. Como toda obra literaria, pide ser leído, releído,
interpretado y habitado con tiempo y entrega. Porque el teatro, cuando no se
conforma con gustar, sino que aspira a quedarse, se convierte en literatura. Y
ahí es donde encuentra su verdadero valor.
FJPS
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